Frases de unos libros que estoy leyendo

En Facebook la semana pasada, escribí que quería escribir más en español.  Sin embargo, lo que no dije que era quería también leer y escribir más reseñas de las historias (y novelas) latinoamericas y españolas.  Aunque continuaré escribir las reseñas en inglés aquí, a veces publicaré unas citas de los libros que estoy leyendo.  Aquí son unos ejemplos:

Adelaida García Morales, El Sur:

Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá.  Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella.  Nadie te visita.  Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos.  Decían que eras tan raro...Pero a mí nunca me extrañó.  Pensaba entonces que tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios.

Javier Marías, Los enamoramientos:

La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra.  Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y media descamisado y a punto de convertirse en un muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia susente que nunca volvió a presentarse:  lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces.  Tarde para qué, me pregunto.  La verdad es que lo ignoro.

Isabel Allende, Mi País Inventado:

Nací en medio de la humareda y mortandad de la Segunda Guerra Mundial y la mayor parte de mi juventud transcurrió esperando que el planeta volara en pedazos cuando alguien apretara distraídamente un botón y se dispararan las bombas atómicas.  Nadie esperaba vivir muy largo; andábamos apurados tragándonos cada momento antes de que nos sorprendiera el apocalipsis, de modo que no había tiempo para examinar el propio ombligo y tomar notas, como se usa ahora.

Silvina Ocampo, Cornelia frente al espejo:

De todo el mundo me despido por carta, salvo de vos.  La casa está sola.  A las ocho Claudio cerró con llave la puerta de la calle.  ¡Cornelia!  Mi nombre me hace reír.  Qué quieres, en los momentos más trágicos me río o enciendo un cigarrillo y me echo al suelo y te miro como si nada malo tuviera que suceder.  Ciertas posturas nos hacen creer en la felicidad.  A veces estar acostada me hizo creer en el amor.

Ángela Hernández Núñez, El pesp del rocío:

Vi a Felipe Alfonso olvidar por instantes su nombre, obcecado con la idea de su posible inexistencia.  Día a día, absorto en minucias que antes no merecieron su atención, extrayéndoles relieves forzosos con el único instrumento que manejaba:  la palabra.  Lo reconocí angustiado por instalar cada suceso cotidiano en coordenadas que conjuraran su discurrir voluble, y unieran su mundo mental a inmediatas materialidades.

Alina Diaconú, ¿Qué nos pasa, Nicolás?:

Acabo de vomitar en la calle.

Ignoro qué es lo que pudo haberme caído mal, si sólo tomé un desayuno liviano (té y dos galletas de agua).

Qué me sucedió, no lo sé.

Sé que apoyé en un poste, y que de mi boca salió una viscosa catarata amarilla.  Mientras tanto, la gente – desde los automóviles – me miraba.  Mientras tanto, la gente – desde la vereda de enfrente – me miraba.  Mientras tanto, los que pasaban a mi alrededor, todos, me miraban.